Larga su historia que nos remonta a comienzos del siglo XVIII, cuando empezó a realizarse en la región de la Champaña (Francia). Se trata de un vino espumoso elaborado a base de distintos tipos de uva y, aunque suele ser blanco, también podemos encontrarlo rosado.
Debe tender a tener un color pálido, tanto si se trata de un vino blanco o rosado.
La burbuja ha de ser pequeña y tiene que subir muy despacio es la manera de saber el grado de integración y saber si se trata de una larga crianza.
Si las pequeñas burbujas se acumulan en el cristal de la copa se trata de un champagne fresco y en buen estado de conservación.
Los más sofisticados deberían presentar gamas de fruta fresca como limón, manzana o pera fusionadas con otras tostadas como brioche, productos de panadería o frutos secos. Un buen champagne debe ser aromático. El gusto a fruta tiene que estar siempre presente. Debe aportar frescura en la boca y dejar un final largo y gustoso.
Si realmente se trata de un buen champagne, deberá deslizarse suavemente por el paladar con una textura cremosa y con cuerpo.
Debe ofrecer una acidez de calidad, siendo refrescante pero no agresivo.