Familia de Suabia que dominó la Corona imperial alemana entre 1138 y 1254. Su nombre procede del castillo de Hohenstaufen, construido en el Jura hacia 1080; también se les conoce -a los Hohenstaufen y a sus partidarios- como gibelinos, denominación procedente del señorío de Waiblingen que aquéllos poseían. La ascensión de la familia se produjo al servicio de los emperadores de la dinastía Sálica, a los que acabarían sustituyendo.
La lucha por el Imperio se inició tras la muerte de Enrique V (1125), cuando Conrado III (1093-1152), duque de Franconia desde 1112, le disputó la Corona imperial a Lotario de Supplinburgo; el matrimonio de una hija de Lotario con Enrique el Soberbio, duque de Baviera, convirtió a éste y a su familia (los Welfen o güelfos) en el apoyo principal gracias al cual fue coronado emperador Lotario II.
Se iniciaba así la larga lucha entre los dos grupos familiares, güelfos y gibelinos. Conrado fue coronado rey de Italia en 1127 y, tras la muerte de Lotario, se impuso como emperador de Alemania en 1138. No obstante, hubo de reconocer a los güelfos el dominio de Sajonia y de Baviera. Le sucedió su sobrino Federico I, Barbarroja (1123-90), cuya elección para la Corona imperial fue un compromiso entre los Hohenstaufen y los güelfos, a cuyo principal representante, Enrique el León, sometería por la fuerza en 1180-81. Federico dedicó sus mayores esfuerzos a restablecer la autoridad imperial en Italia.
Le sucedió su hijo Enrique VI, el Cruel (1165-97). En virtud de su matrimonio con Constanza de Sicilia (1186), fue elegido rey de aquella isla con el apoyo de un partido normando, uniéndola a la Corona imperial. No obstante, fueron precisas dos campañas militares (1191 y 1194-95) para vencer las múltiples resistencias que se oponían a su poder sobre Italia, en particular la del papa. Su proyecto era convertir el Sacro Imperio Romano Germánico en una monarquía hereditaria para sus descendientes y no electiva, como venía siendo hasta entonces; pero su temprana muerte impidió tal transformación, dejando en cambio debilitada a la dinastía Hohenstaufen por la minoría de edad de su hijo Federico II (1194-1250).
Éste fue criado bajo la tutela del papa Inocencio III y de su madre, Constanza. Durante su infancia, hubo una crisis en el Imperio por la doble elección de emperadores de 1198, que desató la lucha por el Trono entre el candidato gibelino Felipe de Suabia (hijo de Federico Barbarroja) y el güelfo Otón IV de Wittelsbach (hijo de Enrique el León). Muerto Felipe de Suabia, el apoyo papal permitió que Federico II se impusiera a Otón IV, tras una nueva lucha entre los güelfos (apoyados por Inglaterra) y los gibelinos (apoyados por Francia); su elección imperial de 1212 quedó confirmada tras la derrota de sus enemigos en la batalla de Bouvines (1214) y su coronación en Roma (1220).
Más tarde se enemistó con el Papado, que le declaró excomulgado y depuesto (1239); y hubo de hacer frente a la rebelión de su propio hijo, Enrique VII (1211-42), que se declaró rey de Germania con el apoyo de las ciudades italianas. Fue sometido y desterrado por Federico, muriendo en Apulia antes que éste, por lo que no llegó a sucederle en el Trono imperial.
Fue otro hijo de Federico II, Conrado IV (1228-54), quien resultó elegido emperador en 1250. La temprana muerte de éste abrió el periodo conocido como el «Gran Interregno» (1254-73), durante el cual se disputaron la Corona imperial personajes como Ricardo de Cornualles, Alfonso X el Sabio de Castilla y Carlos de Anjou. Dos Hohenstaufen pugnaron por el Imperio en aquel agitado periodo: Manfredo (1232-66), hijo de Federico II, que arrebató a Conrado IV el Reino de Sicilia y se proclamó a sí mismo emperador (1255-61); y Conradino (1252-68), hijo de Conrado IV, en quien recayó nominalmente la Corona imperial al morir éste. Sin embargo, una coalición antigibelina formada por el papa y los Anjou acabó derrotándole. Murió decapitado en Nápoles, poniendo fin al poder de los Hohenstaufen y haciendo recaer la Corona imperial por vez primera en la familia Habsburgo.
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