Juanito esa noche contaba estrellas. El cielo estaba límpido. Era una noche hermosa. Llevaba las cuentas ordenadamente según el brillo. ¿Cuántas había contado hasta ahora?
¿Cientos? ¿Miles? No importaba. Era su tarea y debía continuar sin cansarse.
De repente oyó la voz del Señor que lo llamaba:- ¡Juanito! ¡Ven, Juanito!
Juanito corrió y se puso en presencia de Dios.
Juanito, ha llegado el momento más esperado para todos los hombres. Va a nacer mi hijo. Corre a anunciar su llegada a los hombres.
Juanito no sabía para donde correr, de tanto entusiasmo que tenía.
-¡A Belén!, corre para Belén!
Y allí se fue Juanito, trompeta en mano, agitando sus alas blancas.
Llegó a Belén bien entrada la noche. ¿Y ahora que hago?, se preguntó el angelito.
Si es el hijo de Dios el que nace, pensó, buscaré en los palacios. No había muchos. Belén era una ciudad pequeña. Se acercó al primer palacio que vio y golpeó la puerta.
-¿Quién golpea? Contestó una voz ronca desde adentro.-Solo quiero preguntarle si ha nacido un niño en esta casa- contestó Juanito tímidamente.
¡No! ¡No ha nacido ningún niño y deja de molestar a estas horas!-contestó la voz- ¡Vete o te correré a piedrazos!
El angelito continuó buscando una mansión apropiada para el hijo de Dios.
Desde lo alto pudo ver una hermosa casa rodeada de hermosos jardines y se aproximó para ver quién vivía allí antes de despertar a todos. Solo la habitaban dos ancianos que dormían profundamente. En otra casa, Tampoco había bebés.
Y así , Juanito buscó y buscó pacientemente entre los mejores lugares de Belén sin ningún resultado.
Será mejor que pregunte por ahí. No sea que me den una paliza -pensó el angelito bastante desanimado.
Vio que había mucha gente en las calles y esto le llamó la atención.
¿Qué está pasando?-le preguntó a un señor que amarraba un par de burros.
¿De donde vienes que no sabes lo que ocurre?- Respondió el hombre, con voz airada.
Juanito trató de esconder sus alas y puso cara de tonto.
¿No sabes que hay un censo?-Le dijo el hombre- Las personas que han nacido aquí, no importa adonde vivan ahora, deben volver a inscribirse aquí. Es una nueva ley.
-Y por casualidad, ¿No ha visto usted a una joven embarazada?-preguntó Juanito
El hombre terminó de amarrar los burros y se quedó pensando.-Me parece que vi pasar a una. Mejor pregunta en la posada. Hay mucha gente alojada allí.
Juanito, ni lerdo ni perezoso salió corriendo hacia la posada. El hombre tenía razón. Había muchísima gente agolpada. Se dirigió al encargado y le preguntó: Disculpe Señor. ¿Habrá entre sus huéspedes una joven embarazada?
-Esta tarde vino una joven a punto de dar a luz, pero tú puedes ver el gentío que hay aquí. Se fueron a buscar otro sitio más tranquilo para que nazca el niño.
Juanito estaba a punto de llorar cuando miró hacia el cielo y vio una estrella más brillante que las otras. Con su luz iluminaba un lugar en la montaña.
Agitó sus alas con muchísima fuerza y llegó al lugar en un santiamén.
Era un pesebre. O sea un lugar para guardar animales. Había burros y vacas que con el calor de su aliento le brindaban calidez al lugar.
Allí estaba María. La Virgen Madre del Hijo de Dios. Más bella que una rosa perfumada, arropando en pañales al pequeño Jesús. San José, entusiasmado, armaba una cuna mullida con pasto seco.
Juanito estaba tan emocionado. ¡Había visto al Hijo de Dios vivo en persona!
Tomó su trompeta y corrió a la montaña. Allí se encontraban unos pastores un poco dormidos paciendo sus ovejas. Los despertó a trompetazo limpio.
-Les vengo a anunciar una gran alegría para todos los hombres. Ha nacido el Mesías, el Hijo de Dios. Lo encontrarán recostado en un pesebre. Vayan a saludarlo-gritó entusiasmado.
Los pastores, junto con sus ovejas, salieron corriendo para el lugar que Juanito les había indicado y fueron los primeros hombres en rendir honores al Hijo de Dios.
Pronto se acercaron muchísimos coros de ángeles para anunciar la llegada del salvador.