Antes de morir, el maestro alemán le dejó a su ayudante 400 cuadernos de apuntes escritos desde la necesidad, cuando la sordera le impidió comunicarse. Su asistente destruyó 264 y con el resto elaboró una sesgada e inexacta biografía del compositor sobre la que se construyó la imagen que hoy tenemos del músico. Pero, ¿cómo era realmente Beethoven.
Beethoven le encomendó a su ayudante una misión crucial en su lecho de muerte que, además, carecía de complejidad alguna. Schindler, sin embargo, no fue capaz de ceñirse a sus últimos deseos. «Atente a la verdad», le pidió el compositor. «Reúne mis papeles, dales el mejor uso posible, pero atente a la verdad estricta». Murió el maestro y se apoderó Schindler de sus 400 Cuadernos de conversación. Y se dispuso a contarle al mundo quién había sido Ludwig van Beethoven. Y cuando se sentó para hojear sus textos y resumir sus últimos nueve años de vida -en el momento en el que su sordera le bajó todo el volumen del mundo hasta apagarlo, el músico empezó a comunicarse con la gente que le rodeaba a través de estos apuntes- se permitió una descarada licencia.
Se vio capacitado para reescribir la historia de Beethoven, con derecho a juzgar el interés de sus ideas, a desechar párrafos, incluso a destruir los cuadernos que consideró políticamente incorrectos. Como el efecto mariposa: una variación en los datos iniciales que acaba dando lugar a una evolución completamente diferente a la que debería ser. Ocultó al Beethoven real. Y creó uno nuevo. El que él quiso. El que realmente conocemos.
A Schindler le corresponde el mérito de escribir la primera y la más influyente biografía conocida de Beethoven, Biographie von Ludwig van Beethoven (Vida de Beethoven), pero también la menos fiel. De los 400 cuadernos que el director de orquesta llenó de reflexiones, anotaciones personales, teorías musicales y controvertidas observaciones políticas, su «honesto» amigo puso a disposición pública solo 136 en la biblioteca de Berlín. Un tercio de todo lo que Beethoven tenía que decir. Destruyó el resto y con lo poco que decidió salvar elaboró un retrato del director de orquesta al que, además, le añadió líneas apócrifas y exageraciones varias. Pero la gente le creyó. Los estudiosos se apoyaron en su relato como base para ahondar en la figura de Beethoven, nacido hace hoy 245 años, y especialmente para entender cómo el hijo de un director de orquesta alcohólico y una mujer débil, propensa a la enfermedad, hija de un cocinero, acabó convirtiéndose en el compositor de la Quinta sinfonía.
Lo cierto es que la vida de Beethoven fue apasionada. Utilizó todos sus contratiempos para crear. Y para interpretar. Recurrió inteligentemente a sus amores, a sus decepciones, a sus complicadas relaciones familiares, a sus enfermedades y a sus crisis morales, exagerándolas, distorsionándolas, para exprimir de ellas energía, gasolina, para convertirlas en fuente de inspiración. A raíz de ahí, su imagen de romántico y artista distraído se ha ido alimentando con regocijo y recreo. Atendiendo a lo que queda de sus cuadernos, Beethoven era, sin embargo, un auténtico agitador, maniático, encerrado en su sordera, «rodeado de amigos chismosos, de hermanos que no le le comprendían, de mujeres que se negaron a casarse con él, de un sobrino que no le soportaba». Un hombre que utilizaba todo su dolor, exagerándolo incluso para crear luminosas y poderosas sinfonías. Se dijo también de él que era hijo ilegítimo del rey de Prusia, Federico Guillermo II. Nada más lejos de la realidad.
De origen flamenco y plebeyo, Beethoven fue obligado desde muy pequeño, por capricho de su severo padre, a estudiar música. Lo trataba con crueldad. Lo encerraba en el sótano. Aún así, el niño comenzó a brillar. Lo hizo a su manera. Alejándose de las notas indicadas en las partituras, improvisando, inventando ya desde tan temprano. Angustiado, Beethoven se bloqueó. Fue incapaz de progresar en la escuela y, aislado, se sumergió en sus propias fantasías y en la música hasta que entró en la veintena, década en la que su carrera comenzó a consolidarse.
Beethoven no fue un niño prodigio, como Mozart, pero tras la muerte de sus padres se trasladó a Viena y encontró allí una vía de escape. Nunca más abandonó la capital austriaca. Compuso, se relacionó con otros artistas, publicó su primera obra importante y comenzó a dar conciertos. Una época, la de los primeros años en Austria, plagada de ininterrumpidos triunfos personales. Fue ahí cuando le propuso matrimonio a la cantante Magdalena Willmann, que se negó porque consideraba que Beethoven era «feo y estaba medio loco».
En 1800, Beethoven organizó un concierto en Viena en el que presentó su Primera sinfonía, se embarcó en varias giras europeas y se granjeó el respeto de los grandes mecenas de la ciudad. Y entonces apareció la sordera. Discreta al principio, comenzó poco a poco a atormentarle. Se planteó incluso el suicidio. Pero se aferró a la música. El tormento y la rebeldía se apoderó de sus sonidos mientras en Europa triunfaba la revolución. Y engendró piezas tan memorables como la Sonata para piano n.º 8, conocida como Patética, y la Sonata para piano n.º 14, también llamada Claro de luna.
Beethoven falleció a los 56 años. Sobre su muerte, han existido siempre múltiples especulaciones. A lo largo de su vida, el compositor padeció varias dolencias, desde dolores abdominales crónicos a cirrosis hepática, nefropatía, pancreatitis crónica, depresión y alteraciones gastrointestinales, bronquiales, articulares y oculares. Un reciente estudio realizado por el Centro de Tratamiento Pfeiffer en Warrenville (Illinois, Estados Unidos) en el año 2005 ha revelado interesantes datos sobre las causas de su muerte. Los análisis de un mechón de un mechón de su pelo y de un fragmento de su cráneo dieron como resultado la existencia de altas concentraciones de un metal, el plomo. Esto podría indicar que el compositor podría haber padecido saturnismo.
Cuando falleció, Beethoven se encontraba trabajando en la décima sinfonía, según relató con posterioridad Karl Holz, violinista y amigo de director de orquesta. .