En la actualidad, es lo más natural hablar de marcas y asumir que por ello hablamos de calidad. Si bien hasta hace algunas décadas esto era así, no creo que este axioma se aplique, por lo general, en el mundo actual.
En un mundo consumista, donde la idea es el hacerlo a la enésima potencia, los productos ya no están hechos para durar, sino para deslumbrar, divertir, y ser descartados. Por tal motivo, muchas de las “reconocidas” marcas no buscan la excelencia, y el producto que por lo general compramos no suele ser más que un producto de mediana calidad “disfrazado” para lucir mucho mejor.
La calidad está íntima y directamente relacionada con un muy alto nivel artesanal. Esto es raramente encontrado en nuestros días. Debo reconocer que soy un detallista y un perfeccionista. Desde pequeño, y por inclinación propia y por influencia de mi familia, crecí prestando mucha atención a todos los detalles en el día a día, y más importante aún, aprendiendo a reconocer aquellos de excelente calidad.
Esto es todavía más obvio en el área del vestir. Recuerdo la primera vez que mi abuelo me llevó a su sastre, en el trayecto me repitió, una vez más, lo que ya me había repetido tantas veces: la elegancia en el vestir, como en todo lo demás, es un estilo de vida, y que como tal, existe un ritual a ser mantenido. Ese día aprendí muchísimos detalles, abuelo tomó más de tres horas en darme una disertación sobre diferentes telas y entretelas para varios climas, caídas, forros, solapas, ojales, botones, y muchos otros detalles con los que no os aburriré, pero que hacen de una prenda un objeto de calidad. En esa visita, y en las otras que siguieron, con la ayuda de abuelo, y de la experiencia y conocimiento de su sastre, aprendí a reconocer un traje de calidad.
En nuestro moderno mundo, donde la rapidez de la manufactura es primordial, ya que mientras más se produce más se vende, el artesano excelente y extraordinario es una especie más en extinción. Muchas reconocidas marcas no producen prendas de gran calidad, lamento decepcionaros, pero sí producen prendas de altos precios, con los cuales pagar las extensas campañas de publicidad que convencen a los usuarios de que sus productos son los “mejores”.
Recomiendo igualmente el informarse. Como en todo, el conocer y estar informado nos permite rápida y fácilmente reconocer una prenda de buena calidad, y diferenciarla de otra que lleva una etiqueta pero cuya calidad no es de igual nivel.
Lo que sí se debe evitar siempre, en mi opinión, es comprar productos de “lujo” que llevan las marcas escritas o mostradas de manera ostentosa y de mal gusto. Para el conocedor, el llevar este tipo de prendas no sólo no impresiona (si lo que se busca es esto) sino que, además de uno volverse un escaparate de dicha marca, es la antítesis de la elegancia. Una persona elegante sabe siempre que es él o ella quien debe llevar la prenda y no lo contrario. De la misma manera, el conocedor reconocerá claramente un traje, unos zapatos, una bolsa de excelente calidad y notará las diferencias con los que no lo son.
Finalmente, el adagio de que menos siempre es más, también se aplica aquí. Es preferible tener pocas piezas clásicas, de excelente calidad, que diez de mediana. Decantémonos siempre por un traje, o un vestido, que si bien puede ser muy costoso, dicho costo se amortizará de sobra con el buen gusto, elegancia y años de vida que nos brindará.
Por: Alonso Pérez De Guzmán Muguerza