La infanticida francesa, Jeanne Weber, estranguló al menos 10 niños, entre ellos dos de los suyos. Con cada muerte, Weber, por una razón u otra, consiguió esquivar a la justicia antes de ser declarada culpable de asesinato y declarada demente en 1908. Los primeros fueron dos de sus tres hijos que había contraído con su marido, Marcel Weber. Nadie sospechó, pues una terrible epidemia de bronquitis asolaba Francia. Sólo unas pequeñas manchas rojas en sus frágiles cuellos señalaban una muerte trágica, a las que todo el mundo hizo caso omiso.
La serenidad que transmitía Jeanne, unida a la tristeza que se había sembrado en su vida, hizo que varias vecinas se apiadaran de ella y le ofrecieran cuidar de sus niños, mientras ellas acudían a la dura labor en las fábricas. Inexplicablemente, dos de esos niños amanecieron muertos una mañana, a causa de una extraña infección pulmonar que los médicos no eran capaces de determinar. Después, su sobrina Georgette, y así hasta un total de 10 niños. Al final, hasta los que creyeron siempre en su inocencia, tuvieron que rendirse ante las evidencias. Sorprendentemente, no fue condenada, sino que ingresó en el sanatorio mental de Nueva Caledona, donde falleció en 1909, víctima de sus propias manos.