Tenemos la pésima costumbre de tener como tema favorito, nuestros problemas y mala situación, apenas se nos presenta la menor posibilidad, establecemos como asunto especial, nuestras tribulaciones y disgustos; por no contarles sobre aquellos que al tener cualquier disgusto o contrariedad, suelen pagar su molestia a los infelices que los estén rodeando en esos momentos.
Casi por costumbre, no solemos mirar a nuestros propios defectos, no los vemos, pero ojo con los defectos ajenos, esos no los perdemos de vista y con cuanto gozo los sacamos a relucir en cuanto aparezca la mínima oportunidad!
Tampoco parecemos estar satisfechos de nuestras cosas y logros, siempre parece que el terreno del vecino es mejor que el nuestro.
Nos encanta criticar, dar consejos, sin tener en cuenta que cada quien padece su Cruz, y no podemos consolar sin haber vivido la experiencia dolorosa de los demás, no puede hablar del mar quien no ha navegado nunca, ni como soportar una tormenta, sin que hayamos pasado por algo similar.
No es cuestión de ser blandos con los demás o con nosotros mismos, ni esperar ser sensatos por lo que podamos sufrir o ver a los demás sufriendo; muchas veces, demasiadas, observamos que si bien el dolor puede purificar nuestro espíritu, son otras muchas veces, en las cuales, el sufrimiento endurece tanto a algunas personas, que los convierte en seres excesivamente rígidos e insensibles en sus emociones frente al resto de las personas.
Tratemos entonces, en procurar ser más tolerantes, justos y humanos hacia los éxitos y desgracias propias de los demás, es la mejor y quizá la única manera de vivir en paz con todos y con nosotros mismos.-
Por: Norah Frías-Muñoz