Don Juan de Tassis, segundo conde de Villamediana, es uno de los personajes históricos que más curiosidad y atención ha despertado en los estudiosos e historiadores de los siglos XVI y XVII. Ya en vida su figura fue muy controvertida, adorada por unos y odiada por otros, pero su muerte, que en su tiempo fue un misterio, y que continúa siéndolo, acabó de redondear una existencia singular, dando paso a una leyenda que se ha mantenido a través de los años.
Intrigas cortesanas, envidias entre los nobles, amores extraños y controvertidos e incluso las dudas sobre su sexualidad, formaron un entramado de posibles causas que condujeron a su asesinato en una tarde de agosto de 1622.
Había nacido en Lisboa, en 1582, hijo del Correo Mayor del rey y primer conde de Villamediana. Desde muy joven lo vemos integrado en la corte del rey Felipe III, si bien como tantos jóvenes nobles de su época, viajó y estudió en las ciudades más preclaras de Europa en aquellos momentos: Salamanca, Madrid, Nápoles, Milán y Roma.
Don Juan, según las crónicas de la época, era guapo, simpático, elegante, generoso y seductor. Era difícil sustraerse al encanto de este hombre que, además, fue un magnífico poeta, quizás uno de los mejores del Siglo de Oro. Y no paraban aquí sus habilidades, pues destacaba en las justas y torneos y era un maestro en el arte del rejoneo, lo que hacía que fuese admirado por las damas de la corte y también por otros muchos nobles, pues parece que su apostura e ingenio causaban estragos entre hombres y mujeres por igual.
Era un jugador empedernido, lo que le vino muy bien para mantener un fastuoso ritmo de vida, pues aunque perdiera en algunas ocasiones, nunca llegó a arruinarse y sí a conseguir pingües beneficios. En su etapa italiana fue particularmente activo en las mesas de juego y en los burdeles, llegando a dejar en bancarrota a más de un personaje rico y destacado de aquella nobleza. Pero el juego, al fin y al cabo, le iba a proporcionar muchos quebraderos de cabeza, pues un asunto de créditos no pagados y la ruina causada a nobles cortesanos que se contaban entre lo más granado de la aristocracia española, hicieron que Felipe III le desterrase.
Parece ser que el rey no estaba muy conforme con la estrecha amistad que unía al de Villamediana con el joven príncipe heredero, el futuro Felipe IV. Llegaron a ser amigos íntimos y el príncipe no sabía divertirse sin él, admirándole en todo lo que hacía y le proponía. Con el destierro de Juan de Tassis, el camino quedaba expedito para que el heredero recibiera otras influencias menos frívolas, y su educación se puso en manos del Conde de Olivares, lo que desencadenó una fuerte rivalidad entre ellos. No obstante, también Olivares intentó cubrir la faceta del divertimento del príncipe, pues parece que le acompañaba, con frecuencia, en sus correrías nocturnas en busca de amores variopintos.
Con la llegada al trono de Felipe IV, la suerte de Villamediana cambió. Se le indultó y se le permitió el regreso a la corte, recuperando todos los títulos y honores que le habían sido retirados por Felipe III. Se convirtió en la sombra de los reyes, de Felipe IV y de su esposa, Isabel del Borbón, de la que fue nombrado Gentilhombre. La nueva posición de Juan de Tassis no hizo más que provocar los celos y la envidia del Conde de Olivares, que veía sus pretensiones a convertirse en el valido de los reyes muy debilitadas, pero a pesar de las invectivas y descréditos que le dirigía, nada parecía afectar a los ánimos reales que, cada vez, distinguían más con sus preferencias al galán e ingenioso don Juan.
Las fiestas para celebrar la ascensión al trono del rey, le fueron encomendadas a Juan de Tassis, y como no en vano era un gran literato, creó una obra teatral en la que actuaba la propia reina Isabel. Su personaje recitaba un texto que se interpretó de dos maneras: como las palabras de amor encendido que Villamediana dedicaba a la reina, o bien como las que él mismo dirigía al rey. Y es que nunca estuvo muy claro cuál de los dos era el primero en el corazón de Tassis. La obra constituyó un éxito rotundo, lo que agradó en sobremanera a los reyes, pero al final de la representación, se prendió fuego a un decorado causando la lógica confusión entre los espectadores que huyeron como pudieron temiendo un voraz incendio. Se dijo, o por lo menos lo dijo el de Olivares, que dicho incendio había sido provocado por don Juan con el fin de salvar a la reina, como así sucedió. La tomó en sus brazos y la sacó del Alcázar, entre la admiración de todos… pero ya en los mentideros madrileños comenzó a extenderse el rumor que, durante el heroico gesto, don Juan había osado tocar el pie de la reina.
Todos estos comentarios malintencionados llegaron a oídos de Villamediana, que sintiéndose más seguro que nunca, mostró una actitud desafiante sin darse cuenta de que las envidias cortesanas crecían en la misma proporción en la que él se sentía inmune a cualquier peligro, y todo esto desembocó en una actuación de don Juan que hizo correr ríos de tinta y causó tanta sorpresa como escándalo.
Continuaban los festejos reales en la Plaza Mayor de Madrid… corría el mes de junio de 1621. Y allí apareció el Conde de Villamediana, a caballo, seguido de su séquito, ataviado con un chaleco cubierto con monedas de plata, llamadas reales, mientras lucía sobre el pecho una divisa que decía: «Son mis amores». Todos los que contemplaron su espectacular aparición no dudaron en que se afirmaba de qué tipo eran sus amores. Unos, que amaba a la reina; otros que su enamorado era el rey, y los más inocentes decían que el mensaje se referían a la riqueza personal del conde, que podía ser tan grande como la de los reyes.
Siempre se ha creído que éste fue el desencadenante de la muerte de Villamediana, pero lo cierto es que continuó viviendo un año más en la corte sin que los reyes mostrasen ningún síntoma de retirarle su favor.
Pero los comentarios continuaban, y el Conde de Olivares tenía buen cuidado de que todos llegasen a ser conocidos por Felipe e Isabel. Además, Juan de Tassis dedicó al rey una serie de poemas en los que le comparaba a los homosexuales más famosos de la historia, llamándole el Alejandro español y el César cristiano, lo que acrecentó, más si cabe, todos los cotillees.
A los pocos días, Villamediana sufrió un atentado, en la Calle Mayor. Como consecuencia de él, murió, al poco tiempo, la mujer de Juan de Tassis, una camarera de la reina de la que poco o nada se sabe, pues parece que contó muy poco en la vida del conde. No dudó Juan de Tassis en atribuir este hecho al Conde de Olivares, y en la boda del duque de Alburquerque, tuvieron los dos un agrio enfrentamiento.
La muerte rondaba al seductor don Juan. Acababa de morir Baltasar de Zúñiga, preceptor y valido que fuera de Felipe IV, y Villamediana fue al Alcázar con más criados de los que le solían acompañar. Tal vez temiese ya por su vida. Allí, un cortesano le advirtió que tuviera cuidado con sus pasos, pero él lo tomó más como una amenaza que como un sabio consejo. Abandonó el Palacio Real cuando el rey volvía de las Descalzas Reales acompañado por don Luís de Haro, menino de la reina, amigo personal de don Juan y sobrino del Conde-Duque de Olivares, e insistió en que éste le acompañase a su casa. Don Luís estaba remiso y le decía que tenía prisa, pero al fin los dos montaron en el carruaje de Tassis.
No se sabe bien de qué hablaron durante el trayecto. Don Luís dijo, con posterioridad, que fue una conversación banal, sobre el juego, los caballos y otras diversiones. Cuando llegaron cerca de la casa del conde, insistió don Luís en bajarse para tomar otro camino, pero don Juan se lo impidió, porfiando para que se quedase con él. En un momento en que el de Haro sacó la cabeza por la ventanilla para llamar a sus criados que le seguían, un embozado, surgido de la acera donde está situado San Ginés, se acercó al lado izquierdo de carruaje, y con un arma, que nunca se supo muy bien cómo era, le asestó un golpe terrible. Ante el grito de dolor del conde, Luís de Haro intentó bajarse para perseguir al asesino, con tal mala fortuna, que cayó sobre el herido don Juan, haciendo la herida más profunda. Estaba ya prácticamente muerto.
Un poco más adelante el carruaje se detuvo. Se bajó al Conde de Villamediana y las gentes se arremolinaron para ver qué pasaba. Era domingo, y tanto la calle como la Plaza Mayor, estaban concurridísimas, por lo que el asesino se confundió entre la multitud y no fue posible dar con él.
Muchos contemplaron el asesinato, pero nadie supo dar razón de quién o quiénes lo llevaron a cabo. De ser cierta la insistencia de Villamediana en que le acompañara Luís de Haro podría deducirse que se sabía amenazado y creía estar protegido con su compañía, pero un halo de misterio envolvió esta muerte.
El cuerpo sin vida de Juan de Tassis fue velado en el convento de San Agustín de Valladolid, y enterrado allí a toda prisa.
Se dice que se hicieron averiguaciones para conocer al culpable, pero parece que el propio Palacio ordenó silencio sobre este crimen. Unos dijeron que estaba instigado por su rival el Conde-Duque de Olivares y otros por el mismo rey. Villamediana resultaba peligroso para muchos. Sabía, quizás demasiado, de la propia monarquía y su talante amenazador de contar cuanto sabía convirtió su muerte en un asunto de Estado, en el que no cabe duda que tuvo una participación directa el propio don Luís de Haro, ….ser cierta la insistencia de Villamediana en que le acompañara Luís de Haro podría deducirse que se sabía amenazado y creía estar protegido con su compañía, pero un halo de misterio envolvió esta muerte.
Y así murió aquel noble español que gustaba de hombres y mujeres, que vivía con la magnificencia de un príncipe y que asombraba a propios y extraños con sus atuendos fantásticos y con su ingenio.