La verbena de la Paloma —subtitulada El boticario y las chulapas y celos mal reprimidos, es un sainete lírico con libreto de Ricardo de la Vega y música de Tomás Bretón,a que se estrenó el 17 de febrero de 1894 en el Teatro Apolo de Madrid. Su título hace referencia a las fiestas madrileñas del mes de agosto, concretamente el día 15, cuando se celebra la procesión de la Virgen de la Paloma.
La verbena consta de un solo acto, que era lo común en el teatro por horas, dividido en tres cuadros, siendo una zarzuela prototipo del género chico, de corta duración. Cada cuadro tiene decorado y escenificación diferentes, siendo el primero de duración más breve y el segundo más extenso, para llegar a un tercero extenso también, con la particularidad de que mientras en los dos primeros hay una gran abundancia de números musicales, en el último cuadro no hay ninguno salvo el final de la obra. En la obra aparecen personajes tan entrañables y recordados como Don Hilarión, su amigo Don Sebastián, la tía Antonia, las chulapas, el sereno, los guardias, el boticario y el tabernero. Todos estos personajes son muy característicos del viejo Madrid del siglo XIX.
La España de la última década del siglo XIX, que vivía el momento histórico de la Restauración, vio emerger en el arte musical de la zarzuela a autores como Ruperto Chapí, Tomás Bretón, Emilio Arrieta, Francisco Asenjo Barbieri o Federico Chueca. Hasta el momento habían triunfado en los grandes teatros las zarzuelas de tres actos, un espectáculo de raíz popular del que sin embargo sólo las clases acomodadas podían beneficiarse. Pero el desarrollo económico trajo consigo una primeriza clase media y el aumento de precios y costes afectó a las grandes representaciones, al mismo tiempo que abría las puertas de la escena a más público gracias a las nuevas y necesarias alternativas surgidas en pro de la supervivencia teatral; una de ellas fue producir sesiones de menor duración que hacían el espectáculo más barato y accesible. La iniciativa partió de un colectivo de actores empresarios muy populares en el Madrid de la segunda mitada del siglo XIX , Antonio Riquelme —a quien se atribuye la idea—, José Vallés y Juan José Luján.
Los grandes beneficiados de este fenómeno —que se llamaría «teatro por horas, fueron los sainetes y zarzuelas cortas (o zarzuelitas), de menos de una hora, más funcionales que la oferta habitual hasta entonces, con espectáculos que obligaban al espectador a aguantar cuatro horas seguidas sentado en el teatro. Muy pronto estas zarzuelitas entraron a formar el grueso de lo que se conocería como «género chico», representaciones que en general presentaban temas, marcos y personajes populares y castizos, casi siempre de tipos madrileños. El éxito de aquél ‘teatro por horas’, junto al de las varietés pusieron a la zarzuela grande, con sus tres o más actos y su costosa producción, en una situación delicada que sólo el genio del citado maestro Barbieri conseguiría salvar con la creación de El barberillo de Lavapiés, que cosechó un éxito resonante y que consiguió continuar durante las siguientes generaciones en los programas de repertorio.
El escritor, crítico teatral y dramaturgo Pérez Galdós fue uno de los pocos intelectuales que apoyó el teatro por horas —enfrentándose a la mayoría de la crítica seria de la época; así lo deja expresado en Nuestro teatro:
No debo pasar en silencio, tratando de teatros matritenses, un sistema de espectáculos que sin género de duda es peculiar de Madrid, como si dijéramos su especialidad, sistema desconocido en otras capitales, pero que por fin ha de cundir y propagarse porque es muy bueno y responde a fines sociales y económicos. Me refiero a las funciones por horas o por piezas que tanto éxito tienen aquí, atrayendo y regocijando a la gran mayoría del público. Los inventores de esta división del espectáculo público, abaratándolo a las modestas fortunas y haciéndolo breve y ameno, conocían bien las necesidades modernas. Es poner el arte al alcance de todos los peculios, sirviéndolo por amor y en dosis que no hastían ni empalagan.
Pérez Galdós
Teatro Apolo en la calle de Alcalá, donde se estrenó La verbena de la Paloma
Aunque las primeras salas teatrales en acoger el teatro por horas fueron el Variedades y el Lope de Rueda,4 que ofrecían una selección de dos a cuatro obras diarias, el éxito del «teatro por horas» tentó a los empresarios y productores teatrales de las mejores salas de Madrid, como ocurriría con el teatro Apolo, que fue uno de los primeros en aplicar la estrategia de dejar para la última función la obra más importante, y de ahí viene el dicho «la cuarta del Apolo», —la cuarta función— para referirse a la zarzuela o sainete de mayor interés en ese momento. 6 La verbena de la Paloma, que se había estrenado en la segunda sesión, cosechó tal éxito en su estreno que, al día siguiente, fue trasladada a «la cuarta del Apolo».
Cuando la obra representaba el ambiente de los años en que se había escrito, los personajes vestían a la moda de esos años. El chulapo castizo madrileño de los barrios populares de finales del siglo XIX vestía chaquetilla corta y bombín para las grandes ocasiones y una gorrilla para los días corrientes