Había una vez un solitario caracol de agua que vivía en una pequeña laguna de un hermoso prado.
El caracol, que se llamaba Rodolfo, tenía un hermoso caparazón de color rosa y un cuerpecito carnoso igualmente rosado. Era muy bonito y destacaba enormemente entre las plantas y piedras del mundo acuático donde vivía, el cual recorría subiendo y bajando las piedras y plantas con su lento caminar, buscando comida que llevarse a su panza.
Una mañana, despues de dormir acurrucado en su concha, asomó su cuerpecito, y desperazándose, estiró sus largos y ondulantes cuernos dispuesto a comenzár su incansable búsqueda diaria de alimento.
Al cabo de un rato dió con una larga y estirada planta que tenía una pinta estupenda y pensó
– Mmmm que buena pinta tiene, voy a encaramarme para comer una de sus hojas, seguro que esta de rechupete.
Y así lo hizo, comenzó a trepar lento pero sin pausa por el tallo de la planta hasta llegar a una tierna hoja la cual se comió con gusto. Cuando ya tenía la panza llena se dispuso a volver a bajar. ¿ Sabes como bajan los caracoles de agua de las plantas ? se ponen en la esquinita de una hoja y desde ahí se tiran como un paracaidista, descendiendo por el agua hasta llegar al suelo
Rodolfo no se percató que debajo suyo había una pequeña gambita de agua dulce y al tirarse ! plas ! le cayó encima
-¡ Auuuuch bruto ! – exclamó la gambita – ¿ porque no miras lo que haces ? – añadió enojada.
Rodolfo la miro sorprendido al no esperarse semejante encontronazo y enseguida le pidió perdón
– Ohhh lo siento linda damisela, no fue mi intención importunar a tan bella criatura – le dijo con suma amabilidad y cortesía – Me presentaré, mi nombre es Rodolfo y me pongo a tu disposición para servirte.
La gambita, abrumada por la buena educación de Rodolfo y su elegante aspecto le respondió sonrojada
– Me llamo Camila.
Rodolfo hizo un gesto con su rechoncha cabeza
– Mucho gusto de conocerte.
En ese instante Rodolfo se dio cuenta que Camila tenía algo pegado a su cuerpo, y curioso, lo observó disimuladamente.
Camila se dió cuenta que Rodolfo le miraba los huevecillos de la pancita y con gesto triste le dijo
– Hace días que ando sola por la laguna, buscando un lugar tranquilo donde tener a mis bebes. Por desgracia su papa y mis hermanas fueron devorados por una carpa y ahora no tengo a nadie.
Rodolfo, conmovido por lo que acababa de escuchar, estuvo dispuesto a ayudar a la gambita Camila
– Siento mucho lo que te ha pasado, no te preocupes, no estás sola, yo te ayudaré a encontrar un buen lugar y te ayudaré en todo lo que necesites – le dijo decidido y con voz firme.
Los dos anduvieron entre troncos y piedras. Su charla se fue haciendo cada vez más animada y agradable. A Rodolfo Camila la veia muy dulce y bella, pareciendo un hada con su color miel casi transparente, y Camila, estaba impresionada con el hermoso color rosado de Rodolfo y sus corteses y amables modales. Sin apenas darse cuenta, sus corazoncitos solitarios estaban uniendose poco a poco.
Al cabo de una hora, que se les pasó volando por tan agradable compañía, encontraron un tranquilo lugar bajo un gran tronco.
– Aquí estarás bien para tener a tus bebes – dijo Rodolfo a Camila – nadie te molestará, y si lo hace ¡ yo me encargaré de él !
Camila sonrio dulcemente al apuesto y valiente caracol paracaidista, y por unos instantes sus miradas permanecieron unidas ¡ se estaban enamorando !
Pasaron los días y su amor se fue haciendo más y más grande, y más y más fuerte.
Una tarde los bebes de Camila decidieron nacer y Rodolfo vio asombrado como venían al mundo las pequeñas gambitas, tan lindas como su mama y al instante sintió mucho amor por esos diminutos bebitos a los cuales, desde ese instante, los consideró sus hijitos.
Así fue como Rodolfo y Camila formaron una preciosa familia y nunca más volvieron a estar solos. Se les podía ver felices por la laguna. Rodolfo andaba orgulloso con las bebes gambitas posadas en su caparazón ¡ Rodolfo parecía un Bus escolar ! y Camila les miraba sonriente y feliz.
Colorín colorado, este cuento se ha acabado.
Tomado de internet