Hoy 16 de octubre, recordamosdel infame asesinato de la Reina María Antonieta de Francia. Uno de los crímenes, mejor dicho de los miles de crímenes, cometidos manera irracional y suma crueldad , por muchos que se hacíam llamar revolucionarios.
Enviaron a la guillotina a miles de gentes inocentes, a monjas, damas de edad avanzada porque asistían a misas clandestina, a niños y ancianos inválidos, a personas decentes y trabajadoras que protestaban ante la asquerosa barbarie .
Eran las 4:00 de la mañana del 16 de octubre de 1793. A escasos cinco días de que se cumplieran nueve meses del también injusto asesinato del Rey más virtuoso de Francia, Luis XVI.
Al llegar a su celda en La Concergierie, pidió papel y tinta para escribir, le concede por primera vez una vela para iluminarse en la noche.
EscribIÓ, un admirable adiós. A su cuñada,casi hermana en el afecto, Madame Elisabeth, envió sus últimos pensamientos y le confía el cuidado de sus hijos. Una carta que nunca fué entregada a la destinataria.- Esta carta de despedida es conocida en la historia, como “Testamento de María Antonieta”
Ella misma se corta sus cabellos. Extenuada, transida, pues hace frío, se tiende sobre su colchoneta y envolviéndose los pies con una cobija, dormita por unos instantes
No se le dió alimento alguno.- Rosalía su guardiana, le preguntó si tenía hambre, responde que dentro de un rato eso ya no importará, pero Rosalía, sacrifica su ración y se la da a la Reina.
La despertó al amanecer la entrada de un cura constitucional de Saint Landry, un tal Girard que viene a ofrecerle sus servicios espirituales.
Ella le agradece pero no acepta su ministerio, pero consiente que la acompañe al patíbulo. Se dice que Rosalía pudo conseguir a un sacerdote Católico Romano para que administrara a la Reina sus servicios espirituales.
La Reina vistió de blanco, camisola de piqué, pañoleta de muselina, sus mejores prendas. Dos cintas negras en su bonete blanco para señalar su luto de viuda.
Cuando los guardias la sacaban de la celda, pidió un vaso de agua y le gritaban algunos ¡No! con un odio desproporcionado , pero uno de ellos arriesgando su vida, le lleva un vaso de agua y además le ofrece su brazo para dirigirse a la calle. Esto le trajo un sinfín de problemas a dicho guardián que salvó su propia vida de puro milagro.
Comienzan a escucharse los redobles de tambor en las calles. La guardia nacional está alerta en todos lados. Se interrumpe la circulación de carruajes. Una multitud se agolpa alrededor de la prisión de La Concergierie, la escalera de entrada del Palacio de Justicia está cubierto de curiosos, de obreros, los muchachitos han escalado a los techos.
Llega un comisario a leerle, de nuevo, la sentencia. Ella un poco impaciente, le dice: “Ya la conozco, ya me la leyeron”. Pero el comisario dice: “Tengo órdenes de leérsela de nuevo” Y no le queda más remedio a la Reina que escucharla una vez más. Un detalle humillante más, la fecha corresponde al día de la vaca, en el abominable calendario revolucionario.
A las 11 horas, ella es conducida a la oficina de la secretaría de la prisión. El verdugo Charles-Henri Sansón, le ata las manos hacia atrás. Después, entre dos filas de gendarmes, ella sale a la calle.
Delante, ve una carreta de madera en las peores condiciones tirada por un caballo de trabajo, en la que será conducida a la Plaza de la Revolución (hoy Plaza de la Concorde), la Reina hace un movimiento hacia atrás como no aceptando subir a la carreta.- Al Rey se le tuvo la consideración de transportarlo en un carruaje.
María Antonieta se resigna, sube y toma asiento en uno de los bancos, el cura se coloca a un lado de ella en ropa civil.- El verdugo Sansón y su ayudante mantienen una posición y actitud respetuosas.
Cuando la carreta se pone en marcha, entre las filas de la guardia nacional, la turbamulta calla. Los primeros clamores, los primeros insultos comienzan en la calle de Saint-Honoré.- Inmóvil, la cabeza en alto, las mejillas con rubor por la fiebre, los ojos enrojecidos, las cejas inmóviles, la Reina parece estar hecha de cera. El gran martirio la ha aletargado. Pálida pero siempre Reina.
Delante, montando un caballo y con un megáfono en la mano, va un actor cómico de apellido Grammont, en calidad de ayudante de la guardia nacional, azuzando al pueblo para que la insulte, diciendo: “¡¡Si amigos, esta es la Mesalina, la pecadora, la culpable de los sufrimientos del pueblo de Francia, la traidora!!”.- Ese cómico se distinguió en Versalles en la más que cobarde masacre de los prisioneros de Orleáns, hazaña que el coronó bebiendo en el cráneo de una de sus víctimas. Esto lo presumía a los cuatro vientos.-
Mientras, a un lado del Oratorio, ella mira a un niño en los brazos de su madre que le ha mandado un beso. Ella intenta sonreir pero le ganan las lágrimas. Fue la única vez que lloró en su trayecto a la guillotina.- En sus ropajes blancos, algo arrugados, parece una mujer mayor.- Por supuesto que el viaje lo alargan lo más que pueden para que reciba ella la mayor cantidad de insultos y burlas.
El día es gris. Rebotando en los hoyancos de la calle, la carreta camina lentamente en el canal rodeado por la chusma que de vez en cuando crece y canta.
La Plaza de la Revolución está erizada de bayonetas. La terraza del Palacio de las Tullerías está repleta de mirones. La Reina dirige sus ojos, un instante, hacia el jardín del Palacio, después aparta la mirada. Esto visiblemente la ha emocionado y parece querer llorar y su rostro se colorea.- Al pie de la guillotina, se alista la navaja.
La Reina desciende rápidamente de la carreta, sin pedir ayuda, y sube ligera la pequeña escalera hacia el patíbulo. En su prisa, pisó al verdugo, ella le dice muy amablemente y visiblemente apenada: “Perdóneme usted, señor, no fue mi intención”. Recordemos que María Antonieta era miope.
El cura que la acompañaba le recomienda: “¡Señora, tened valor!. A lo que ella responde: “¿Valor? ¡Ay, señor! ¡Hace años que hice el aprendizaje, y justo en el momento en que mis males van a terminar, tenga la seguridad de que no me va a faltar!”
Ella coopera con a los preparativos. A las 12 horas con quince minutos, cae la navaja. Contaron testigos presenciales que la Reina se desmayó al escuchar el ruido de la navaja que caía. Según el rito revolucionario, su cabeza, cuyos ojos parpadean todavía, es presentada por Sansón al pueblo, cuya mayoría calla y se escuchan muy débiles e inseguros unos cuantos gritos de ¡Viva la República!
La turbamulta se va retirando despacio en un pesado, muy pesado silencio sintiéndose en el aire una profunda emoción y respeto.
Ese mismo día, sus restos son enviados al cementerio de La Madeleine. Su cabeza es colocada entre sus piernas. Como era hora de ir a comer, los enterradores dejan su cuerpo sin sepultar por unas horas y aprovecha la artista Madame Tussaud para sacar la máscara mortuoria de la Reina.
El féretro de madera corriente costó a la nación, únicamente seis libras. Dicho féretro fue rellenado con cal viva para la desintegración del cadáver igual que hicieron con el del Rey.
No les bastaba a estos hombres castrados sicológicamente todas las maldads que cometían.
Esa misma noche, se lleva a cabo el decreto de la Convention Nationale, a instancias del tal Barrére, la profanación de la tumba del primer hijo varón de María Antonieta, el Primer Delfín, Luis Xavier José, sacando sus despojos mortales de su tumba en Saint Denis. La profanación se extendió a todas las tumbas reales y el saqueo de piezas antiquísimas de la Basílica.-
El Primer Delfín había fallecido a la edad de 8 años, en junio 4 de 1789, de dolorosa enfermedad. Es muy probable que su muerte haya contribuído, así como la de la hija más pequeña Sofia Beatriz, a sumir en profundo dolor a sus padres,
También, esa misma noche, por órdenes de los Acelerados, se abusa de la dignidad del pequeño Luis Carlos, ya Rey legítimo de Francia, embriagándolo y jugándolo como «punching bag» por los guardias del Temple. Estos actos son indicadores de mentes psicópatas y más que retorcidas de esos demonios.
El bestial asesino Robespierre declaró que: “La muerte de María Antonieta era un homenaje a la igualdad y a la libertad, estos dos grandes principios, caros a los hombres libres, habiendo recibido ese 16 de octubre un clamoroso homenaje”.
Y además en su asqueroso pasquín, «Pére Duchesne», o «Papá Duchesne», el calumniador Jacques Hébert, expresa su: “Más grande alegría después de haber visto con sus propios ojos la cabeza de la Señora Veto, separada de su cuello de grulla y su gran cólera contra los abogados del diablo que se atrevieron a defender la causa de este monstruo…”
¿¿Ustedes creen, ahora, que Luis Carlos, ya Luis XVII, haya muerto de enfermedad??
En todo el mundo civilizado conforme se fue conociendo la noticia del asesinato de la Reina, se escuchó el gran clamor de las potencias y los pueblos con conciencia:
El asesinato de la Reina María Antonieta
ha llenado de oprobio a Fancia y ha deshonrado a la Revolución
¡Dios tenga en Su gloria a la Reina Mártir, María Antonieta!