El Domingo de Ramos, Jesús entró solemnemente a Jerusalén, y fue recibido con entusiasmo por el pueblo, testigo de tantos milagros como Él había obrado en su favor. Esto encendió la ira de los escribas y fariseos contra Jesús.
Pasó Jesús todo el domingo en la ciudad y, al atardecer, se fue a Betania, como a tres kilómetros de distancia.
El lunes fue otra vez Jesús a Jerusalén, maldijo la higuera que no daba frutos como para recordarnos el castigo que merece quién no da frutos de buenas obras, y arrojó del templo a los que lo profanaban con sus compras, ventas y cambios de moneda, repitiendo ese día lo que había hecho tres años antes. Por la tarde volvió a Betania.
El martes volvió de nuevo a Jerusalén y trabajó intensamente durante todo el día, enseñando su doctrina y sosteniendo fuerte disputas con fariseos escribas y herodianos. Ese día por la tarde, los pontífices tomaron la determinación de prenderle y darle muerte.
Después de esto Jesús decidió ir a Betania.
El miércoles Jesús permaneció en Betania con sus apóstoles en casa de la familia de Lázaro, Marta y María.
Judas muy probablemente iría a Jerusalén a comprar el cordero que habían de sacrificar el día siguiente, y aprovechó esta salida para pactar la venta e Jesús por treinta monedas.
Jesús se preparó para el sacrificio que había de ofrecer en dos días a su Padre para la salvación del mundo. A la vez sus enemigos se prepararon para desahogar contra Jesús todo el odio de sus corazones.
El jueves en la tarde, subió a Jerusalén, celebró la cena pascual, instituyó la Sagrada Eucaristía y el Sacerdocio católico y después se fue a orar al huerto.
Sobre la media noche, Judas consuma su traición.
El viernes fue interrogado por Herodes y Pilato, luego azotado, coronado de espinas, condenado a muerte y crucificado, murió a las tres de la tarde y llevado al sepulcro antes de ponerse el sol.
El sábado permaneció el cuerpo en el sepulcro, vigilado constantemente por los soldados.
El domingo resucitó glorioso y triunfante.