Una denominación típicamente caraqueña asignaba a los establecimientos que en el mundo entero se llamaban sencillamente “cafés” el nombre de “botiquines”; y cuando se quería usar un término más refinado se les llamaba “bollerías”. Y en ese ramo contaba la ciudad con establecimientos de reconocida distinción. Y lo más significativo es que no era por instalaciones lujosas, ni por características aparatosas que gozaban de singular prestigio, sino por la calidad de la clientela que la frecuentaba.
Estaba a la cabeza “La India”. Tres salones contiguos de suficiente amplitud formaban el ámbito de este café, cuyo recuerdo anda en el ánimo de cuantos fueran sus asiduos visitantes, provocando intensas añoranzas. A la hora meridiana, “La India” albergaba en su recinto lo más distinguido y selecto de una ciudad que se enorgullecía de su señalada distinción. Allí, personajes políticos, diplomáticos, escritores, artistas, miembros del alto comercio, militares de alta graduación, gentes todas de reconocida posición social. Dábanse cita todas estas personas en el afamado café para, con el pretexto del “aperitivo”, gozar del compartido goce de sentirse en franca relación, libres de preocupaciones, en el seno de una cordial camadería. La noticia política de última hora la frase de ingenio, el chiste agudo, y punzante, aparecían allí como mientras del donaire y de la gracia criollos. Y satisfacía plenamente a la clientela la suprema calidad la suprema calidad de los licores y la exquisita variedad de productos de pastelería y confiteras, entre las cuales triunfaban los mejores productos de Jacquin.
Modalidad característica de la época era el llamado “Salón de Familias”. Para entonces ninguna dama iba a un café, ni siquiera en compañía de su esposo o cualquiera otro miembro de su familia. Para proveer al natural deseo de esparcimiento del bello sexo, existía en “La India” un salón anexo al café. Al cual acudía las señoras y sus niños; las damas jóvenes siempre acompañadas de una persona mayor; y solamente en tales casos, era admitida la presencia de caballeros. Y una aceptación tácita de tales decisiones, apreciábase en el hecho de que jamás un hombre intentaba penetraba en aquel auténtico gineceo, vedado a presencias importunas.
En horas de la noche, a la salida de los teatros u otros espectáculos llenábase el “Salón de Familias” de una escogida concurrencia. Iba la mayoría en pos de algo que constituía en “La India”, cuya fórmula de preparación exclusiva de la casa, es recordaba con saudade por cuantos no haremos de saborearlo más. Porque con la clausura de “La India” se perdió el secreto de la elaboración de exquisito brebaje…
Escrito tomado de la pág. 34 titulada «Cafés y Restaurantes» del libro IMAGEN AFECTIVA DE CARACAS (“La Belle Epoque” Caraqueña”). De Pedro José Muñoz.
PD. Por lo largo pero interesante, continuará el tema en otra nota, que será subida próximamente ¡atentos!